No queda otra. Ante la dramática situación en la que nos encontramos, no cabe otra solución que la cooperación. Esta no es una crisis más, comparable con otras acaecidas en el pasado. Aquí se equivocan los economistas y los sociólogos, algunos más preocupados por lecturas de gráficos que por saber qué esta ocurriendo.
La globalización, ese proceso por el que el mundo va perdiendo fronteras y que ampara una integración a escala planetaria, ha acabado por formar una economía mundial donde todos estamos relacionados con todos. Es una estructura en red donde cualquier incidencia en uno de sus miembros –un país, una empresa, un grupo social, etc.- tiene o puede tener consecuencias para todos. Es aquello del tan traído efecto mariposa o de las teorías de mundo pequeño, donde se demuestra que todos estamos mucho más cerca de lo que pensamos respecto a otros congéneres. Y con la economía sucede lo mismo: lo que afecta a Grecia, afecta a Europa. Lo que afecta a Europa, cómo no, afecta a España. Lo que afecta a España tiene incidencia en Estados Unidos y, por seguir con esta cadena, cualquier alteración en la economía china hace o puede hacer que todos tengamos que comprar más caro o más barato en nuestras compras diarias.
Colaborar, cooperar. No hay otra solución. Este no es un argumento lanzado desde postulados éticos o religiosos (para eso ya tuvimos a los “papa boys” del pasado agosto). No, es ciencia. Pura y sencilla ciencia, esto es, conocimiento racional alcanzado con método. Nuestro actual sistema económico es un sistema dinámico no lineal, con sus condiciones y propiedades. No es momento de explicar que es esto de sistemas dinámicos; para ello pueden acudir al libro de R. Solé, Redes complejas. Del genoma a internet, donde se explica con claridad que el universo funciona a partir de estas estructuras. Sea en el cuerpo humano –la comunicación neuronal sigue estas formas-, la naturaleza (un tsunami se mueve por principios similares) o fuera de nuestros planetas, hoy sabemos que todo o casi todo tiende a funcionar de este modo. La economía también, por supuesto.
No hay recetas mágicas para salvar la economía. Pero sí parece claro que ahondar en divisiones y en falta de entendimiento sólo conduce al suicido colectivo al que nos estamos acercando. Gobernar frente al otro o buscar el provecho egoísta sólo equivale a la autodestrucción. Podía tener lógica en el siglo XIX. Ya no. Señores políticos, ya saben: aparquen sus diferencias y abran una puerta al diálogo. Señores empresarios, trabajadores: busquen escenarios de cooperación porque sólo así podrán solucionar sus propios problemas. Y así sucesivamente. El beneficio del otro será el suyo propio.
¿Acaso piensan que cuando los millonarios de Estados Unidos o Francia desean pagar más impuestos, lo hacen, sin más, a causa de un repentino arranque de altruismo? No, lo hacen porque saben que para seguir viviendo la buena vida necesitan del concurso de otras capas sociales. Sin pobres que cada vez lo sean menos, se hunden; sin ricos que no tiren de la economía, nos hundimos. Y lo mismo podríamos decir de los países. Sin países cuyo nivel de vida no crezca, todos caeremos. Sin países “locomotoras”, la economía mundial no puede crecer. Eso es un sistema dinámico no lineal.
Ya lo dijo Amaral: “sin ti no soy nada”. Ahora lo difícil es poner en marcha los marcos que regulen lo único que nos puede salvar: la colaboración. Y subrayo lo dicho. Esto no es un propósito basado en valores. Es racionalidad, ciencia, simplemente ciencia, que para algo vale.
No hay comentarios:
Publicar un comentario