domingo, 15 de enero de 2012

Un juego y algunas verdades

Lourdes, de 1º de Grado en Español, nos deja una entrada a la par simpática y con algunas reflexiones de hondo calado sobre teoría de la Historia. No deja de ser una enorme satisfacción comprobar que una estudiante de primero (de Filología), es capaz de adentrarse en los arcanos de epistemología histórica... y hacerlo, además, con notable solvencia.

Juguemos al teléfono escacharrado...


Elijamos una frase, un tema. Corramos la voz entre nuestros compañeros, riámonos y cometamos fallos, a fin de cuentas, no es más que un mero juego, un pasatiempo en el que nadie será tachado de perdedor...

Frase: Carlos V fue grandioso.

Comienza el juego:

Nerviosismo y risas compartidas en un corro muy cerrado. Empieza Brandeis: le dice "Carlos V fue grandioso" a su amiga Claudia, que está a su derecha. Claudia se lo dice a Pablo, Pablo a Fran, Fran a Teresa... Y, la cadena continúa... ¿Cuál es la frase resultante en este juego retórico?
Carlos I, fue glorioso...


Leyendo un libro comencé a percatarme de la casualidad que mora en todos los ámbitos, casualidad provocada de la cual resultan hechos y opiniones engañosas, espejismo que hacen resaltar el orgullo patrio, o condenar el extranjero y viceversa.

Hemos visto que, a menudo, la historia ha sido maquillada y transformada por aquéllos que querían ocultarnos algo, una realidad, un error… Quién sabe.
Hoy, podemos ver todo desde otra perspectiva, teniendo presente las circunstancias ideológicas del “entonces”, pero sin que éstas nos influyan o se adentren, nublando el juicio de la neutralidad.

El libro El siglo de Carlos V y Felipe II, construcciones de mitos en el siglo XVI , en cuyas páginas moran los juicios de más de cien historiadores, plasma perfectamente esta idea, la manipulación de la realidad como explicación de un juicio propio. Pongamos un ejemplo. Quizá sean innumerables los especialistas que denominaron a Carlos I para ensalzar el orgullo español. Innumerables aquéllos que se basaron en fuentes únicamente españolas para esconder, tapar o disimular ese carácter innegable que le caracterizaba, el extranjero que, entre otros, despertó la furia y el ansia de justicia de los movimientos comuneros. Por ejemplo, podemos verlo en Antonio Cánovas del Castillo que, lastrado por el peso de su ideología y su pragmatismo político, tendió a la revalorización de la imagen de Carlos basándose solamente en fuentes españolas para no enturbiar su imagen.

En definitiva, para unos, maquiavélico, calculador, avaro, frío, extranjero. Para otros poderoso, defensor de los derechos de la civilización cristiana, justo…
En otras palabras, el carácter individual del historiador provoca olas que arrasan la realidad de la historiografía; Conocer la historia, y tomar los rasgos más apetitosos para sustentar su explicación o defensa. Caer en el error y, taparlo. Guardarse las espaldas.

¿Inevitable?
¿Qué debemos creer?...
Y, por otro lado, ¿cómo no olvidar la leyenda negra que tanto mal hizo a la Casa de Austria?
Por ésta y juicios equívocos, por ésta y fuentes erróneas, hoy en día siguen abiertos demasiados bandos en la historia aunque, ¿no es acaso eso lo interesante?...


Fuentes: Martínez, M., J El siglo de Carlos V y Felipe II: Construcción de mitos en el siglo XIX, Volumen II.

IV Encuentro

El próximo mes de abril se celebrará el IV Encuentro de Innovación Educativa, en el Campus de Somosaguas. Nuestra intención no sólo es contar con un nutrido número de profesores sino, a su vez, incorporar alumnos para que nos hagan llegar su propia visión de la docencia. Pretendemos con ellos crear un ambiente horizontal, innovador, donde todos tengamos la ocasión de intercambiar nuestras experiencias y opiniones respecto a la universidad que nos ha tocado vivir y, quizás, más interesante, proyectar la que nos gustaría que se viviese en el futuro.

Estáis todo/as invitados a esta magnífica oportunidad para vivir la universidad desde dentro, no como simples usuarios, sino en calidad de creadores.


Por supuesto, quedo a vuestra disposición en torno a este y cualquier asunto.
Atentamente,

jueves, 12 de enero de 2012

Mensaje desde el pasado

Hoy he recibido un e-mail muy cariñoso de Víctor Pajares, un alumno que tuve hace unos cuantos años. En él me agradece la metodología que empleamos, en especial porque se marchó a la Universidad de Sussex, y allí se utilizan métodos de estudio similares. Ciertamente, recibir este tipo de mensajes es un soplo de aire fresco, el mejor estímulo que un docente puede recibir. Nunca sabes si lo que haces tiene sentido para tus estudiantes. Piensas que sí, pero nunca sabes cómo lo perciben tus alumno/as. Y luego está la soledad, la del despacho, la de las horas corrigiendo, la de tus pensamientos, la que te proporcionan tus propios compañeros, quienes, en término generales, no sólo no conocen lo que haces sino que desdeñan cualquier tipo de apertura en la docencia. Esto por no mencionar en el nulo reconocimiento profesional derivado de intentar, sencillamente, hacer lo mejor posible tu trabajo.
Pero siempre me quedarán mis alumnos, lo mejor de todo. Sus saludos, su mensajes, sus caras cuando comprueban que son capaces de hacer cosas que ni siquiera se habían planteado. En este sentido no puedo dejar de citar las exposiciones que han realizado varios grupos de trabajo en la asignatura del Grado en Español. Observar, por ejemplo, que cinco chicas de apenas 18 o 19 años, recién llegadas a la universidad, llegan a analizar con solvencia el papel de la Historia en la configuración del nacionalismo español del siglo XIX, compensa todos los sinsabores que decía anteriormente.
Y, por supuesto, siempre quedarán mensajes como el de Víctor. Aquí lo dejo:

"Y por cierto, sin que suene a lisonja si no a verdad, debo decir que el método que utilizan en Sussex es muy similar al que usamos en su asignatura, ya sabe, memorias, seminarios donde poner las ideas en claro, exposiciones en público y ensayo final. Me sirvió de gran ayuda todo lo que aprendí con usted, ¡gracias! Tenía que decirlo."

No, Víctor, soy yo el que os da las gracias por hacer que mi labor tenga sentido.